Por Juan Alejandro Henríquez y Nelson Rodríguez Arratia
En estas últimas semanas en Chile, hemos conocido distintas situaciones de violencia suscitadas tanto fuera como al interior de las escuelas. Los implicados e implicadas, esta vez, no son sólo estudiantes, lo que de suyo es lamentable, sino además profesores/as y apoderados/as.
En un contexto mundial, aún en situación de pandemia, muchos países y gobiernos -entre ellos el nuestro- han optado por abrir y dar prioridad a la presencialidad en las escuelas. Por los motivos conocidos, tanto la (hiper)conexión a las pantallas en el periodo más duro de la misma, como ahora la desconexión de ellas, se ha vuelto un tema relevante, pues sigue abriendo preguntas a nuestras formas de educar o comprender el mismo fenómeno educativo.
Durante el primer año, especialmente, fue necesario adaptar los procesos de enseñanza y aprendizaje a entornos virtuales y contextos digitales. Esta necesidad de conectividad se contrastó con la elevada brecha digital aún existente en el avanzado siglo XXI. Una brecha digital que no es más que la expresión de diversas desigualdades sociales en dichos entornos virtuales. Tener conexión para el estudiantado, no era sinónimo de una óptima velocidad de descarga o de navegación. Sin sumar a quienes, por contexto de mayor pobreza, no podían conectarse siquiera.
En el contexto de cómo abordar las brechas digitales, se propone hoy, una investigación sobre el concepto de hospitalidad digital. En esta categoría, si es que podemos mencionarla de este modo, nos encontramos con al menos seis dimensiones de dicha brecha (y desigualdades sociales): Factor socioeconómico; Edad y diferencia generacional; Territorios, grado de urbanización y geografía; Inequidad de género; Inclusión de las personas en situación de discapacidad y, por último, la Inclusión de la interculturalidad (personas migrantes y pueblos originarios).
Se comenzó investigando, de menos a más, los procesos que incumben a la alfabetización digital, las relaciones humanas y de contenidos que pudieren darse en la red, en los contextos pedagógicos. De este modo, la complejización de lo que podemos entender por brecha digital estriba también en temas como: participación activa y responsable de docentes y estudiantes, capacidad de colaboración en la construcción del conocimiento, proyección con sentido en los distintos espacios (plataformas) y tipos de encuentros (clases, actividades recreativas, celebraciones) que se comprendieran como formadores en todas las dimensiones de la persona.
Pero, volviendo a la preocupación del comienzo y luego de dos años de convivir con el Covid-19, el retorno a las clases presenciales y los hechos de violencia descritos por distintos medios de prensa (tales como: agresiones con arma blanca a un docente, sendas peleas entre estudiantes e, incluso, amenazas con “masacres escolares”, que han hecho suspender las clases presenciales a tan sólo semanas del anhelado retorno), nos hacen hoy y aún más, seguir profundizando y complejizando lo que entendemos por brecha digital y a su vez, por hospitalidad digital. La integración del mundo de nuestros afectos, de cómo leemos y proyectamos nuestras emociones ahora, en el escenario en que los cuerpos vuelven a tocarse, rozarse e incluso golpearse, son nuevos desafíos a seguir pensando desde los procesos digitales y presenciales.
No se trata sólo de incorporar nuevas estrategias en un contexto, al que se le aplican y se hablan permanentemente de novedad e innovación. Creemos que se trata de volver a pensar la escuela: sus espacios, sus formas de trabajar en el aula, sus modos de construir colaborativamente y en solidaridad con quienes menos posibilidades tienen (principios básicos). Los que deben ser pensados e incluidos como prácticas pedagógicas que incorporan el mundo de las emociones. No se trata ni de llorar, ni de dejar que los niños, niñas o docentes griten, de creer que un individuo tiene la razón por ser él la única posibilidad de expresión de sus deseos. Se trata de volver a escucharnos, incluso, en la utilización de los espacios virtuales al interior de las escuelas. Se trata de volver a sentirnos, después de dos años sin mirarnos, tocarnos, proyectarnos en una relación de comunidad, que creemos, es el propio principio de toda escuela.
No somos ingenuos, si escribimos este artículo a la luz de hechos acontecidos en lo inmediato y proponer sobre la marcha, reflexiones que pudieran ser apresuradas, aunque no sin contenidos. Se trata de volver a respirar una relación de comunidad. Ni adulto centrismo, ni la infantilización de las relaciones humanas. Ellas son siempre de colaboración, nunca de autoritarismo o verticalismo. La hospitalidad, entonces, podría ser un tema que pueda también ser abordado desde lo digital, para volver a ser escuela de encuentros; lo digital, no exime de expresión y reciprocidad. Por lo que invitamos a que la escuela, siempre se pueda pensar desde una necesaria estética de lo cotidiano; abrir la sensibilidad a lo que nos convoca, nos reúne: como construir y realizar proyectos; hacer de la escuela mi casa, mi hogar, mi propio espacio donde construyo identidades en convivencia permanente y por qué no, un espacio de construcción ecológica de los saberes.
Incluso, episodios como el protagonizado por Will Smith y su compañero de actuación, nos llevan a reflexionar sobre qué tipo de educación (y ejemplos) estamos ofreciendo a las nuevas generaciones, respecto al (auto)conocimiento y comunicación de nuestras emociones. La risa de un chiste, no ofende, ni presume de gracioso cuando el otro, la otra es burlado o burlada.
Necesitamos una comunidad que vuelva a comprender la disciplina desde su etimología, que se entiende desde la relación del maestro y maestra que construye y desarrolla discípulos/as. En ese sentido, toda la escuela está llamada a ser maestra, porque todos y todas nos reconocemos como discípulos/as.
Por último, creemos que, si no nos conectamos desde y con las emociones, tampoco será posible conectarnos con nuestra humanidad y rol desde la ciudadanía.
Texto publicado como columna en El Desconcierto y en Blog del autor:
Nelson Rodríguez Arratia.
Doctor en Filosofía. Mención estética y teoría del arte. Académico UCSH
Juan Alejandro Henríquez.
Doctor (c) en Ciencias de la Educación. Académico UDLA.
Director del Laboratorio de educación y tecnologías digitales - Hospitalidad Digital
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