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Foto del escritorJuan Alejandro Henríquez Peñailillo

HOSPITALIDAD DIGITAL. UN CONCEPTO PARA EL SIGLO XXI.


(Foto de Gloria Henríquez - www.gloriosa.cl )


La hospitalidad digital la debemos entender primero como una aproximación reflexiva desde la hermenéutica, pero también debe entenderse como una propuesta para abordar las diversas categorías que surgen en el contexto de una avanzada era digital, pero que no logra aún romper las barreras propias de la desigualdad, algo reflejado claramente en la llamada brecha digital.


Esto implica poder definir este concepto, la hospitalidad digital se entenderá como aquella disposición del ser humano para comprender y hacerse cargo de una era digital que denota el amplio desarrollo de la sociedad del conocimiento[1] y la información que a nuestra generación le ha tocado experimentar. Esta comprensión debe darse, al menos, desde una reflexión ética y desde una actitud respetuosa de la diversidad (con bases en el concepto de alteridad), por eso más adelante se plantea el cruce con el enfoque de derechos humanos.


Así se irá construyendo este concepto, el cual se fortalecerá en la medida que logremos vincularlo con el contexto de la llamada brecha digital y su respectivo analfabetismo digital. Por ello, en su definición, también hay que considerar el desafío que supone trabajarlo desde una educación con sentido y mediada por las tecnologías digitales que hoy en día se utilizan.


Además, la hospitalidad digital, esperamos se transforme en un camino posible a recorrer desde la docencia pre-escolar a la terciaria, donde los y las docentes se permitan el espacio de la innovación educativa para romper las barreras de la desigualdad propias de dicha brecha digital. Esto en la medida que entiendan que es un “deber ser” de la educación del siglo XXI.


Dado que este concepto, también ético, tiene su base en el concepto de alteridad, nos parece oportuno hacer el cruce con la idea de testimonio, de donar y donarse, en tanto ésta nos lleva a confirmar el compromiso que debemos tener con las generaciones futuras y que nacen en esta era digital. Para ello aportaremos algunas ideas del autor Paul Gilbert. Pero antes daremos cuenta sobre lo que entendemos por testimonio.


Ricoeur reflexiona y convoca a la reflexión sobre una mirada que podríamos interpretar como propia de la hospitalidad, debido a su fuerte carga hermenéutica respecto al mundo fáctico, siendo éste, el único espacio para el diálogo del sí mismo con el otro. El sí mismo, en tanto garante de un testimonio, lo es no sólo desde el discurso narrativo que hay detrás de todo testimonio, sino que principalmente lo es desde el estrecho vínculo entre lo dicho y la acción que también es testimonio del testimonio hablado.


Cabe destacar, que en la relación fáctica del sí mismo con el otro, es el testimonio el que permite entender y comprender con mayor profundidad la vivencia de la hospitalidad. Esto último se explica en que todo testigo que asegura veracidad en su testimonio, sólo la logra evidenciar en la medida que otro acoja su testimonio con plena confianza, produciéndose una verdadera atestación, sin otra garantía que la confianza del otro en el sí mismo de su otro.


Ricoeur plantea la necesidad de preguntarse por la posibilidad de una filosofía del testimonio, ante lo cual comienza indicando que dicha posibilidad se concretiza si la reflexión puede hacer del testimonio algo visible a la conciencia (intelectual y moralmente).


Para ello, el autor, propone que el testigo no sólo diga, sino actúe testimoniando, o dicho en sus palabras: “[…] en la medida en que la palabra no se limita a designar el relato de un testigo que narra lo que vio; sino que también se aplica a palabras, obras, acciones, vidas que, en cuanto tales, atestiguan desde el corazón de la experiencia y de la historia de una intención, una inspiración, una idea que sobrepasa la experiencia y la historia.” (RICOEUR, 1983. Texto, testimonio y narración. Chile. Ed. Andrés Bello).


“Desde el corazón de la experiencia”, tremendamente decidora aquella frase. ¿Es que acaso el testigo acoge al otro, por medio de un testimonio que sólo genera plena confianza y atestación pura, desde el complemento con la experiencia? ¿Acaso no se da esa confianza al momento de ingresar a una comunidad virtual donde no se ve siquiera al interlocutor?


Es posible que así sea, siendo entonces el testimonio un importante modo de hospitalidad. Pero ¿qué es el testimonio para Ricoeur? Para responder la pregunta, el filósofo plantea tres posibilidades de encuentro semántico:


- Noción ordinaria del testimonio,

- noción, en tanto proceso, del testimonio

- y noción desde el testigo-prueba al testigo y su acto


Respecto al primer punto tratado por Ricoeur sobre la semántica del testimonio podemos destacar que para él, primeramente se puede hablar de un sentido cuasi empírico reflejado en la acción de testimoniar, que va más allá de un ejemplo histórico o de un símbolo lleno de sentido pero que, a su vez, carece o puede carecer de historicidad. El testimonio de un testigo ocular o auricular, es la narración del acontecimiento y en tanto narración, se vuelve una posición intermedia entre lo dicho por el testigo que vio y entre lo oído por el que escucha al testigo pero que no vio lo testimoniado. Esa confianza es de importancia radical para comprender la hospitalidad en este contexto y texto. También lo es, entonces, para comprender la hospitalidad digital.


El segundo punto tratado, testimonio en tanto proceso, nos convoca al encuentro con el mundo de lo jurídico, ya que el testimonio pasa a entenderse como una prueba que por un lado busca influenciar a un juez y por otro lado busca contrarrestarse respecto a otro testimonio, es decir, se convierte en refutable.


Pero sólo se llega a la totalidad de sentido respecto al testimonio, en la medida que se entienda este último como un resultado del vínculo entre el testigo y su acto. Esto último se puede ejemplificar, y Ricoeur lo hace, en el caso del testigo mártir, ya que la prueba de la convicción en conciencia de lo que busca testimoniar el testigo se da en la acción como prueba en vida del acontecimiento testimoniado. “El testimonio es la acción misma”.


El testimonio como acción nos permite entender el compromiso indeclinable que tiene el testigo con la palabra y con el acto respecto a la palabra testimoniada, pero también con lo que hay detrás de la acción, el envío. En la dimensión kerigmática es posible entender que el anuncio-testimonio es una proclamación desde una convicción que genera confianza en el que oye.


Cuando Ricoeur comienza a responder sobre la posibilidad de una filosofía del testimonio, sólo abre caminos de comprensión desde la hermenéutica en tanto interpretación, es decir, sólo es posible en la medida que sea una hermenéutica del testimonio aquella que abra una reflexión sobre lo absoluto que es propio de lo testimoniado.


“El concepto de testimonio, tal como se desprende de la exégesis bíblica, es hermenéutica en un doble sentido. En un sentido, primero, ‘da’ a la interpretación un contenido para interpretar. En otro sentido ‘reclama’ una interpretación.” (RICOEUR, Ídem)

Ricoeur, en un párrafo siguiente a la cita anterior, también plantea que “el testimonio ‘da’ algo para interpretar”, esto nos permite dialogar con el concepto de don y su donación. Para ello se propone dialogar con Paul Gilbert, quien nos ayuda a comprender en qué sentido el testimonio es una donación propia de la hospitalidad.


Gilbert (El don, ¿con o sin donador?; en Revista de Filosofía; Univ. Iberoamericana, Nº 117. Año 2006) propone el tema del don buscando situarlo más allá de la problemática del origen, la donación en las ciencias humanas, donde el centro es la existencia de un donador, eso, desde la fenomenología sería hablar de un origen. Ante esto, el autor propone una interrogación sobre el origen del don desde la fenomenología contemporánea. Para ello ocupa como recurso central, las tres etapas de la analogía dionisiana; la vía positiva, la vía negativa y la vía de la eminencia.


Siguiendo la primera vía, Gilbert expone la importancia y potencia que ha tomado el tema del don en la filosofía actual, vinculándolo incluso con la herencia dejada por el existencialismo. Esta vía propone al acontecimiento como elemento central de la reflexión sobre lo singular, algo perdido en la cultura de la globalización, según este autor. La donación, en este sentido pierde importancia desde una posibilidad de explicar su forma de llegar a la presencia en un acontecimiento singular.


Es así como el acontecimiento rompe los esquemas tradicionales y científicos sobre la temporalidad, ya que aquél provoca una presencia desde el instante mismo y no de una consecución de instantes o formato lineal del tiempo. Todo esto aleja la cuestión del plano científico y la acerca a la experiencia ética. La ética del donde se universaliza y permite pensar lo fenoménico desde el fundamento del acontecimiento, desde sí mismo. Es la ética, en cuanto implicancia de la alteridad, de lo otro, la que permite vincular la vía positiva, ya expuesta, con la vía negativa.


La vía negativa permite asociar el asombro, desde el pathos, propio del acontecimiento, con la aparición de la diferencia. Lo anterior se explica en la donación que nace de otro hacia la conciencia del yo, de lo uno, esto nace como un instante originario que se conforma desde la acción apropiada por la libertad.


La vía anterior es posibilitada por la vía de eminencia, la cual expresa una libertad, ya no de la pasividad como en la vía negativa, desde el ser, desde el acontecimiento y la alteridad. Desde una racionalidad tradicional y/o científica, lo importante en el tema del acontecimiento es la causalidad, pero Gilbert sigue proponiendo que es lo anterior lo central, ya que hay diversas, y no una, maneras de anterioridad. Estas son: principio, origen y comienzo.


El principio es entendido como una categoría que acompaña el desarrollo de una ciencia, lo preside y la despliega. El origen posibilita comprender la dialéctica causa-efecto, ya que se puede entender como productor o causa (modernamente hablando). En cambio, el comienzo se distingue del anterior, en que da una continuidad temporal entre origen y lo que éste provoca (origina). Estas categorías dan cuenta del olvido de la modernidad, el olvido de reflexionar la continuidad del acontecimiento, incluso desde su condición de fundamento de sí mismo.


Lo anterior es sumamente relevante para comprender el concepto de hospitalidad digital, al menos en lo referido a su sustento filosófico que buscar otorgarle un marco teórico que permita difundirlo en el campo de la ética y la educación con el contexto dado por la sociedad de la información o era digital en la que nos situamos. Es relevante porque lo que hoy entendemos por acontecimiento y su posibilidad de continuidad temporal, está mediado por el paradigma de las comunidades virtuales, donde toda respuesta es inmediata, por ello ahora se vuelve difuso distinguir lo que el autor explicó como principio, origen y comienzo. Con Internet como crece día a día, no sabemos de límites. Con ello, la condición de concepto guiado desde un saber ético, nos lleva a entender que la hospitalidad digital requiere del acto de donarse ante la alteridad propia de la diversidad y diferencia que encontramos en ambos extremos de la brecha digital.


Aquello, dado que la alteridad se origina desde el otro, ya que “el origen me transfigura, entonces, me interpela, haciendo que yo me constituya como comienzo de mí mismo”. (GILBERTO, Ídem) con esto hacemos el llamado a superar el paradigma del individualismo, especialmente desde lo que pueda aportar el concepto de hospitalidad digital.

[1] Cabe destacar que este concepto de sociedad de la información se acuña principalmente desde 1975, por la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y tres años después por el Informe Nora-Minc.

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